Como potencias creadoras, la autonomía y la comunidad dibujan caminos emancipatorios que conducen a senderos diversos y posibles dentro del imaginario social, conciben la memoria histórica como parte de las disputas que se libran y recuerdan para afianzar las luchas contra el expolio extractivista y colonizador del aparato estatal. Estos combates se liberan en común-comunidad y en un territorio representativo para quienes encaran como agentes de cambio las múltiples batallas inherentes a la reproducción de la vida, mediante relaciones sociales dinámicas que gravitan en torno a una concepción elástica del territorio situado entre dos esferas, una material y la otra simbólica; la primera es delineada por el espacio que ocupa la comunidad creada o imaginada y la segunda con el soporte identitario. En este sentido, en los trabajos que se presentan encontrarán una gama de interpretaciones de lo que significa disputar el territorio, comenzando por el cuerpo como centro de expresión política, enunciación, interpelación y denuncia ante la heteronormatividad, que intenta romper con las relaciones de poder en las que se encuentra inserto.
Nuestro sendero de investigación-creación empieza en la milpa mesoamericana, la aynuqa andina y el chaco amazónico, donde la tierra nos invita al trabajo en común. Tanto el texto de Carlos Alberto Vargas, dedicado a la comunalidad oaxaqueña, como el aporte de Norihisa Arai y Miguel Ángel Urquijo Pineda, que nos acerca a la producción y reproducción del trabajo indígena en los Andes y la Amazonía, igual que la investigación participativa de Denisse Rebeca Gómez Ramírez en colaboración con las comunidades yurakaré de las tierras bajas bolivianas, nos llaman poderosamente la atención sobre el trabajo comunitario como la base de la reproducción de la vida con autonomía frente al Estado y el capital. El tequio, el ayni y la mink’a, la reciprocidad de ayuda mutua y de las economías del don entrelazan las diferentes dimensiones de la cotidianidad, desde el sostenimiento material de la comunidad, los cuidados de sus miembros hasta la espiritualidad de compartición expresada en las fiestas. De ahí, el trabajo comunal, a diferencia del trabajo enajenado impuesto por el capitalismo, es fuente de autogestión y autonomía alimentaria, cuestión medular que permite dotar de materialidad y soporte a los proyectos políticos comunitarios que deciden tomar distancia de las dádivas estatales, además de permitirles sobrellevar coyunturas difíciles, como lo ha sido la pandemia de Covid-19.
Nuestro trabajo en común, donde producimos y compartimos, además del sustento material de la vida y de su alegría de ser vivida, hace caminar nuestra autonomía siempre inestable y amenazada por los planes de expansión del capital, donde el Estado juega el papel de facilitador y catalizador del despojo. Como lo muestran las investigaciones enraizadas directamente en las resistencias comunitarias de Donatto Daniel Badillo Cuevas, Beatriz Nayelly Rivero Martínez y Hernán Correa Ortiz sobre el caso de la resistencia contra el aeropuerto de Santa Lucía en el Estado de México; de Daniel Alejandro Márquez Bocanegra y Nicholas Santiago Borges con la Asamblea de Resistencia de Amilcingo contra el Proyecto Integral Morelos (PIM), o de Luz Elena Hernández Maldonado con su videorreportaje sobre la lucha de pueblos amazónicos de Bolivia en contra del megaproyecto hidroeléctrico El Bala-Chepete. Estos tres casos, no escogidos al azar, sino profundamente vinculados con nuestra trayectoria colectiva de afecto y compromiso, demuestran claramente que los gobiernos llamados “progresistas” o “de izquierda” de ninguna manera suponen un freno para la carrera extractivista y desarrollista que amenaza a los territorios y las formas de vida comunitarias; por el contrario, no sólo continúan con los proyectos neoliberales, sino que los llevan a cabo con más efectividad y empeño.
Les autores destacan en este sentido los mecanismos sistémicos del racismo ambiental, la violencia, la criminalización o cooptación de las poblaciones afectadas, fenómenos que amenazan con romper el tejido comunitario e imposibilitar la reproducción de vida autónoma. De ahí, la organización autónoma dentro de las comunidades ha sido clave para defender los territorios contra el despojo y devastación operados en el contexto de los megaproyectos. Construir una reflexión en torno a los cruces entre la lucha antirracista, la autonomía, la comunidad y el trabajo en común, a la reparación del tejido social y de nuestra relación con la naturaleza, nos permite pensar en relaciones y procesos de descolonización contra los marcos de opresión histórica gestados desde un Estado racista, como el que prevalece en América Latina y el Caribe.