Carolina Garrido, 2023

Carlos A. ortega

Andarín. De un sentir latinoamericanista cuyos horizontes emancipatorios se encuentran en los ecos del tiempo y los futuros que están siendo; en geografías poco conocidas y rutas sin caminar. Relatos escuchados y compartidos; prácticas, experiencias vividas y los -no- espacios en construcción permanente.
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Me gusta la soledad. ¿Me gusta la soledad o simplemente disfruto los momentos para estar solo? ¿Me siento solo? Al estar como estoy ahora, en mi lugar silencioso, puedo contemplar que la casa con ahuejote ya no está ahí, percibo el aroma del eucalipto, pero no del alcanfor, y ya llevo tres o cuatro calles caminando; además, escucho cómo el bullicio de la urgencia citadina impide que se disperse el canto del pájaro cenzontle y este viento que me traspasa me hace sospechar que se está llevando algo de mí para traerme otra cosa, diferente, espero. Una vuelta, dos calles más. ¡Uff!, debo parar, mejor me siento, tengo hambre, debe ser ese supuesto síndrome de pensamiento acelerado. He llegado a este embarcadero colorido por el que transitan muchas individualidades cada día, acompañadas, pero ¿realmente lo estarán? o ¿serán delirios compartidos y permanecen solitarias? ¿Desoladas? Atrapadas en sus convivencias burbuja, ¿cómo se sentirán? En fin, creo que no era apetito, sólo la necesidad de querer estar en este sitio. Uno, dos, cinco minutos… volví a disiparme con el tiempo. Inhalar. Exhalar. Es apacible ver desde aquí ese horizonte que es mío, en este rato; sin duda habrá otros horizontes, porque somos cúmulos abiertos en múltiples momentos y este instante que para mí es placentero pudiera no serlo para muchas personas, pero, al disfrutarlo me doy cuenta de que otras no lo están viviendo, no piensan en vivirlo ni lo vivirán, ¿por qué?, ¿será que no quieren hacerlo o no pueden vivirlo porque creen que su existencia es injusta y no porque quienes nos dominan han hecho de nuestro estar envida una injusticia? Me molesta e inquieta esta situación, la nuestra, aunque no les conozca; por ello me pregunto acerca de todo lo que ignoro de ustedes, por ejemplo, de sus horizontes, ¿cuáles son? Por lo regular, éstos nos hablan, respecto a las miradas y sus distancias, de cómo vemos dependiendo de donde nos situamos junto con nuestras geografías; entonces, al ser predominantemente ópticos nos remite a preguntar ¿qué mirada tomamos cuando vemos? ¿La etnocéntrica?, ¿la individualista?, ¿la comunitaria?, ¿la de mujer?, ¿la de la masculinidad?, ¿la sistémica?, ¿la de la humanidad alienada?, ¿la opresora o libertaria?, ¿la de insuficientes pero que existen? o ¿la de las resistencias que luchan por un mundo otro o mejor? Preguntar, elegir y decidir destinos, porque en el tiempo que no puede ser de inmediatez, esos horizontes traen consigo crisis, miedos, caos, indiferencias y fracasos. ¡Qué pesadez! ¿Cómo resolverlos? No existe una fórmula generalizada; cada persona, y cada persona con otra persona, así como cada proyecto, ese conjunto de personas que buscan sus emancipaciones son indefinibles, pero se pueden trazar con sus participantes. Hablan, me hablan cuando encuentro sus ecos del tiempo. Debo respirar, podría ser diferente. Me es complicado pensar desde la individualidad. ¡Ya sé! Voy a jugar. Será más sencillo visualizarme con otro fulanito, menganita, zutano o múltiplos de éstos para mostrar nuestras diferencias. Empezaré charlando de algo transversal, como no oprimir ni ser oprimidos o algo parecido, pero ¿estoy realmente solo o éste es mi momento para estar en soledad? Cuando imagino que la vida podría ser diferente, no sólo son palabras ni quisiera que sólo fueran letras si llego a escribirlas o mi voz a transmitirlas a través del celular o algún otro aparato digital ahora que no te veo, sino el entendimiento de que tú, a quien me estoy imaginando, y yo como relación social somos el pasado transfigurado en un presente que parece dirigirse a esos horizontes que pudiéramos mencionar. ¡Qué ocurrencia! Ahora que he fantaseado compartir una propuesta y respuesta contigo, sentires y pensares desde otras geografías, toca que intercambiemos palabras y escucha, es mi turno, enfatizando que esto no es unilateral sino una posibilidad de coincidencia. ¿Me escucharás? Eso te preguntaría y es que no sé cómo decirlo o a qué me refiero con ello. Si existes más allá de este lugar silencioso, te voy a hacer la invitación de concedernos una metamorfosis: el lazo y el globo. El lazo es el simbolismo que me gustaría consolidar contigo al igual que con muchas otras personas hasta este instante de mi respirar, las prácticas de solidaridad y apoyo mutuo desde nuestros territorios. La solidaridad no de “a veces” ni de “siempre” ni de “nunca”. A lo mejor, la de “una vez” y la de “otra vez” que le imposibilitan al nunca y siempre consolidarse, pero, otra vez no existe sin una vez, ¿no crees? o, ¿a veces crees? y en lo que crees, aunque de otras formas, yo también creo, con las mías y eso nos aproxima,pero jamás nos posiciona arriba o abajo, nos deja claro que vemos con miradas semejantes pero diferenciadas por esos espacios que atraviesan nuestras vidas vividas, que, sabiendo las latitudes que nos separen o aquello que imposibilite sentirnos cerca, nos recuerde que los lazos que construyamos son una incitación a que a lo lejos no tan lejos también se entretejan cercanías. ¿Cómo estar sin estar? Desde nuestras orillas, por el momento, los lazos que propongo deben ser bien largos, porque de esta forma nos permiten seguir amarrando la balsa que es la vida, la que transcurre por la infinidad finita del ser humano, los océanos, que parecen un horizonte, los horizontes o el mundo o los mundos otros, que, a mi pesar, aceptemos, éstos no son apacibles, sus aguas no serán tranquilas todo el tiempo para navegar ni se podrán controlarlos trayectos y es que ¿qué proyecto de navegación es sencillo? Ninguno y menos si lo hacemos cuando nos sentimos en soledad. ¿Me siento solo? Nuestras balsas, la balsa, en ciertas ocasiones podría casi romperse, separarse, voltearse o peor, hundirse. Ellos, los que no se dejan ver, quieren que toquemos fondo, que no salgamos más, que el hundimiento sea siempre o que ya nunca haya balsas siquiera, pero, si a esa embarcación aparte de lazos le agregamos globos, saldremos a flote sin importar si quiero ir por estos canales o si tú decides irte por aquellos ríos, lagos y mares para converger después en los océanos. ¡Lazos y globos seremos! ¿Será posible? ¿Podríamos transmutar? ¡Qué extravagancia! ¿Verdad? Te invito. Me gustaría que te conviertas en globo, cualquier color, cualquier tamaño, ¿figura? la que quieras ser con creatividad. Una que seguro permita flotar cuando crees que la balsa, el mundo compartido se hunde contigo. Yo también puedo ser uno de los múltiples globos que mantenemos en nuestras distancias y días, esos que nos hacen considerar que existen los horizontes sobre el perpetuo presente y susurran que las experiencias pasadas no nos determinen hoy ni mañana. Presiento que, siendo globos para la embarcación del otro, disminuye la posibilidad de los naufragios, porque si pensamos en que otro mundo es posible, en hacerlo todo de nuevo, una vez y otra vez, incluso las relaciones sociales,los lazos y los globos podrían ayudarnos a idear cómo construirlo de maneras otras. Intentemos, salgamos de mi lugar silencioso y confiemos en ello, los mundos otros. No de dos sino donde dos compartan con otras personas más y más sin importar la geografía, pero sabiendo que estando tú en el mío o yo en el tuyo como recordatorio, existe esa posibilidad, las utopías, sí, los no lugares en construcción permanente en donde evitáramos cuestionar si alguien pone más esmero, erradicar la competencia y aceptarnos así sin exigencias, sorpresas o alejamientos porque no hay pedimentos. Errores, descubrimientos, aprendizajes y construcciones conjuntas, sí, en acompañamiento. Mejor me levanto, debo seguir, seguir, seguir… o decidir si repetir el recorrido. ¿Y si regreso lentamente sobre los pasos que di para girar en otra calle, girar diferente para descubrir a dónde llego? ¿Será curiosidad? Es la rebeldía de explorar en espiral.