Algunas de estas experiencias corresponden al proceso de defensa de los panteones comunitarios y los bienes comunes de los pueblos originarios de Tecámac, que tuvo lugar a partir de 2015, con la organización de encuentros, asambleas y espacios de formación para abordar la memoria histórica y cultural de los pueblos. Véase “12 pueblos originarios de Tecámac” [en línea].
No es coincidencia que los despojos impulsados por megaproyectos se encuentren en territorios de pueblos originarios o barrios de clase baja localizados en las periferias de las ciudades. Sus territorios han sido sistemáticamente vulnerables a la degradación ambiental. El racismo ambiental hace referencia a la discriminación de esas poblaciones en relación con su derecho a un medio ambiente sano; según Cristina Masferrer, Scarlet Estrada y Meztli Yoali Rodríguez [en línea], el racismo ambiental “Es la manera que el racismo histórico y estructural afecta o desfavorece en términos ambientales a poblaciones racializadas y etnicizadas”. El extractivismo o la distribución de los desechos de las ciudades son expresiones de ese racismo; también se puede revisar a Tanía Pacheco (2007).
Introducción
Presentamos un ejercicio narrativo y audiovisual que reconstruye una parte de la memoria de resistencia frente a la construcción de un megaproyecto aeroportuario al norte de la Cuenca de México, en la Base Aérea Militar Número 1 de Santa Lucía, en Zumpango y Tecámac, Estado de México. Este lugar se ha transformado drásticamente desde finales del siglo pasado y, en el tiempo presente, resulta evidente la especulación sobre los territorios lacustres de Zumpango. Antes, tales especulaciones se produjeron en el marco de las discusiones gubernamentales en torno a la construcción de un nuevo aeropuerto con capacidad internacional en el centro del país; a inicios del presente milenio también operaron como foco de tensión y conflictividad relacionado con el lago de Texcoco.
Hemos realizado la construcción colectiva de una cartografía en forma de documento audiovisual; éste se encuentra alojado en una plataforma digital que puede consultarse aquí. La intención de esta cartografía es dar cuenta, en parte, de la continuidad de impactos y afectaciones ocasionados por la acción extractivista implementada sobre territorios de algunos de los pueblos del norte de esta extensa región, a la que denominamos la Cuenca de México. Hemos tomado como referencia el conflicto de Santa Lucía a partir de algunos de los pueblos afectados, los cuales fuimos invisibilizados por la política ambiental y sus instrumentos. Así, se nos ocultó como sujetos de derechos colectivos frente a la destrucción del medio ambiente y de nuestras formas de vida, para legitimar decisiones políticas tendientes a ampliar y agudizar el sacrificio de vidas humanas y no humanas de nuestros pueblos y territorios con el fin de ampliar la urbanización de la Ciudad de México hacia sus periferias.
Aunque los registros que se comparten provienen de una encuesta ciudadana realizada en octubre de 2018 para definir la continuidad del proyecto aeroportuario en Texcoco, conviene mencionar que las acciones de resistencia a esta dinámica expansiva de la ciudad son anteriores, aunque en el presente texto no podremos sistematizar estos esfuerzos. El encubrimiento e invisibilización operados desde el gobierno para hacer posible la injusticia ambiental, política y social constituyen una continuación de la historia de colonialidad sobre estos pueblos y sus territorios, los que han padecido el despojo de la tierra, la reconversión del paisaje con la desecación y contaminación de los cuerpos de agua desde el devenir mismo de la construcción de lo que hoy conocemos como Ciudad de México, hace poco más de cinco siglos.
Según mencionan las personas mayores de los pueblos circundantes, el antiguo lago de Xaltocan —que junto con los de Zumpango y Texcoco forma parte de los cinco lagos que configuran la Cuenca de México—, sobre cuyos suelos lacustres se sitúa hoy el megaproyecto aeroportuario de Santa Lucía o “Felipe Ángeles”, hasta la década de 1940 todavía tenía su cuerpo de agua y era posible observar algunas especies de patos y peces que en él vivían.
La fotografía 1 da cuenta de un recorrido y de la suma de esfuerzos de las organizaciones Vecinos del Cerro Tecalco Chiconauhtla y 12 Pueblos Originarios de Tecámac. Junto a amigxs, compañerxs y organizaciones aliadas han tejido estrategias para reconstruir el poder hacer colectivo entre los pueblos del norte de la Cuenca de México como sujetos políticos. Su propósito es enfrentar las múltiples estructuras de dominación a partir de acciones diversas, que incluyen la denuncia pública, la interlocución con representantes del gobierno, actividades de educación popular y de trabajo cultural y comunitario, entre otras.
En tanto la genealogía es una forma de representación del poder, además de reconstruir parcialmente los esfuerzos organizativos frente a la imposición del megaproyecto y como una manera de recoger y rehacer una parte de nuestra historia, también incluimos espacios y prácticas culturales de algunos de nuestros pueblos para afirmar la existencia de otras formas de vida que se configuran como grietas de posibilidad de nuestro poder hacer transformador a pesar de la lógica extractivista y depredadora. Son prácticas y espacios nutridos de la ancestralidad y el saber en el territorio, de recuperación de la memoria colectiva, que dan cuenta de la capacidad sanadora de los tejidos comunitarios a partir de la restauración y reformulación de nuestros propios saberes sobre nuestros cerros como parte de las matrices biológicas, culturales y ambientales.
“Las bombas de semillas (también conocidas como bolas de semillas) no sólo se usan para la agricultura de guerrilla; en realidad son una forma grandiosa de esparcir semillas, especialmente ensuelos a gran escala o en suelos pobres. Las bolas con tierra más ricales dan una ventaja a las semillas y reducen la necesidad de fertilizantesquímicos” (Oztotitlan, en Facebook).
Fuente: José Juan Gil González, 11 de junio de 2009, San Pablo Tecalco, municipio de Tecámac, Estado de México.
Para cerrar esta introducción, queremos subrayar que, igual que las imágenes que intercalamos, de autoría diversa y en su mayoría producidas por compañerxs de las mismas organizaciones, ofrecemos una mirada de y hacia nosotrxs mismxs, en la que el observador no es externo. No es una mirada de alguien ajeno, más bien implica una desfamiliarización, una toma de distancia de la inmediatez; es una opción para aludir a una forma de memoria que se teje con los sentidos corporales. De esta manera buscamos integrar los procesos afectivos y semióticos en una especie de memoria del hacer. Como señaló Silvia Rivera (2015), la imagen puede reabrir la discusión con nuevos significados; la imagen enfrenta de golpe a la paradoja del tiempo, es una huella tangible y material de una presencia barroca y subversiva, de un pasado reapropiado y actualizado.
Radios de afectación
Frente a la arremetida del “desarrollo” impuesto por el Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles” en lo que fuera la antigua Hacienda de Santa Lucía en el Estado de México, buscamos documentar con imágenes y audio el sentir de los cuerpos sacrificados; no hablamos sólo de las personas que habitamos los pueblos, sino también de cerros, ríos, lagos, campos de cultivo, símbolos y saberes que están siendo golpeados por la expansión de la megalópolis.
A ras de piso, caminamos lo que un dron no alcanza a ver y, de manera colectiva, ampliamos nuestra visión sobre las violencias ejercidas a esos cuerpos que resisten y se oponen al despojo de su territorio. Violencia es seguir tomando agua de un acuífero que se está agotando, violencia es acabar con los cerros y tradiciones de los pueblos, violencia es vivir dentro de la zona de ruido de un aeropuerto, violencia es recibir miles de litros diarios de agua contaminada, violencia es respirar humo todo el tiempo, violencia es imponer el crecimiento de la metrópoli en nuestras comunidades para desarrollar un proyecto de muerte.
Extractivismo hídrico: abatimiento de cuencas
La Base Aérea Militar No.1 fue inaugurada en 1952 sobre lo que fuera el casco de la Hacienda de Santa Lucía y los terrenos del sistema lacustre del lago de Xaltocan, es decir, sobre suelo proclive a inundaciones y hundimientos, como el de Texcoco. A diferencia de éste, su proceso de desecación fue anterior y sus cualidades han sido negadas e invisibilizadas.
Para los pueblos que nos encontramos al norte de la Cuenca de México, la colonización y la desecación han sido parte de un proceso de violencia sistemática y estructural sobre nuestros territorios, donde se ubicaban los lagos de Zumpango y Xaltocan. Aunque en el siglo xix la Cuenca de México mantuvo las profundidades de los lagos del Valle de México con cierta proporcionalidad, se trata de un escenario que sin duda contrasta con el de la actualidad, en que la mayoría de los cuerpos de agua prácticamente han desaparecido o fueron contaminados al ser usados como contenedores de aguas residuales provenientes de la ciudad y la zona metropolitana; asimismo, han sido entubados para darles cauce mediante los sistemas de desagüe que atraviesan la parte norte de la Cuenca de México para desembocar en la región del Valle de Mezquital.
Es importante atender con urgencia los llamados de la organización de los 12 Pueblos Originarios de Tecámac a proteger y restaurar los últimos reductos de las zonas de recarga de la Cuenca de México y cuestionar la supuesta necesidad de sacrificarlas en nombre del progreso que mitifica el espacio urbano en general y, concretamente, la expansión y densificación urbana que supone la construcción de una ciudad aeroportuaria, sea en Texcoco o en Santa Lucía.
Como han hecho notar los 12 Pueblos Originarios de Tecámac, sin duda se requieren proyectos de protección y remediación biocultural del último remanente del lago de Texcoco, pero esto no es suficiente. Además, es necesaria una visión regional e histórica para nombrar también a la laguna de Zumpango y, aún después de no observar el agua superficial en otros espacios de la Cuenca de México, comprender cómo funcionan los sistemas de flujo de agua regional a nivel subterráneo. Éstos forman parte de su vocación lacustre y sobre ellos descansa la frágil y falsa promesa de progreso y desarrollo que erige el imaginario de la ciudad.
La persistencia de la tendencia de crecimiento urbano de la Ciudad de México y la Zona Metropolitana ha llevado a mantener mecanismos y estrategias para atender el inminente riesgo de inundaciones catastróficas sobre el suelo de vocación lacustre que configura la Cuenca de México. Esto se ha hecho, por un lado, mediante la desecación de sus lagos de manera directa como política de Estado, y, por el otro, de la construcción de un colosal sistema de drenaje para la descarga de aguas residuales y pluviales, lo cual ha generado otras problemáticas: el progresivo hundimiento de la ciudad y sus periferias, entre ellas, Chalco, Xochimilco, Ecatepec. Ello se suma al escenario paradójico de importar agua potable para atender las demandas del crecimiento urbano y ha dado lugar a la configuración de escenarios cada vez más críticos y violentos para abastecer de agua el crecimiento desmedido de la ciudad.
Como continuum de este despropósito, la proyección de crecimiento urbano en torno al pretendido ordenamiento territorial vinculado al Aeropuerto Internacional de Santa Lucía (aisl) o Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles” (aifa), lejos de atender el impacto acumulativo que ha tenido la expansión de la ciudad sobre otros territorios, y de acuerdo con su Manifestación de Impacto Ambiental, contempla, como supuesta medida para mitigar la sobreexplotación que padece el acuífero Cuautitlán-Pachuca, donde se asienta el megaproyecto, el trasvase de aguas del acuífero de Valle de Mezquital mediante un acueducto. La fuente para ese acueducto es una zona de recarga hídrica impactada por el flujo de aguas residuales provenientes de la Ciudad de México y su zona conurbada. Está por evaluarse el grado de contaminación de estas aguas por efecto de desechos químicos, metales pesados, hidrocarburos y radiactividad, así como de residuos provenientes del corredor industrial de Apaxco-Tula-Tepeji. Ahora se pretende reimportar el agua expulsada y ver este proyecto como algo virtuoso, dado que servirá para atender la demanda creciente (aunque incierta) de este vital líquido.
Extractivismo pétreo: devastación de cerros
La devastación de cerros en la Cuenca de México por más de 200 minas tiene entre sus justificativos principales el avance de la ciudad sobre sus periferias, algo que ocurrió con mayor intensidad desde las dos últimas décadas del siglo pasado. Ese gran escenario, que incluye el crecimiento militar-comercial del aeropuerto de Santa Lucía y sus obras asociadas, está ligado a un “pivote” que hace parte de un gran dispositivo infraestructural, cuyo objetivo es la acumulación de capital mediante el aumento de “servicios” materiales, pero también biopolíticos y militares, que permitan la fluidez de las inversiones capitalistas.
Los ajustes estructurales de corte neoliberal impulsados desde 1989 bajo el nombre de Consenso de Washington, y posteriormente apuntalados por el Consenso de las Commodities (Svampa, 2019), dieron continuidad al objetivo capitalista de consolidar un dispositivo metropolitano como plan infraestructural ampliado o global. Al menos tres aspectos han seguido una secuencia implacable durante los recientes años: 1) fragmentación de la propiedad social y comunal: debido a la flexibilización jurídica en la tenencia de la tierra, biomasa, minerales, agua, hidrocarburos, agroindustria se concentraron, insertaron y fueron monopolizadas cada vez más por los mercados financieros; 2) fluidez de la inversión privada transnacional extractiva fomentada por los Estados; y 3) monopolización de las decisiones políticas en el Estado, las cuales se expresan en planes de creciente militarización: ejércitos y grupos criminales actuando como conjuntos de ocupación, y en la aplicación de modos biopolíticos de gobierno de la población (prebendas, control y coacción), para fragmentar y enajenar la capacidad deliberativa y autónoma comunitaria.
Aunque el nuevo aeropuerto de Santa Lucía requirió menor cantidad de materiales pétreos en comparación con los solicitados por el anterior proyecto en Texcoco, las obras asociadas —construcción de nuevas carreteras o acueductos para resolver la demanda de agua— han significado que muchos de los cerros sigan siendo devastados, entre ellos, el cerro de Chiconauhtla y el de Xoloc, en el municipio de Tecámac. En los monitoreos y trabajos colectivos en estos espacios hemos observado modos criminales de operar a nivel de ocupación de territorio, como también el convencimiento al interior de la asamblea ejidal. En época de estiaje se provocan incendios forestales en los espacios de especulación extractivista, saboteando los esfuerzos organizativos de protección y restauración ambiental impulsados por las comunidades.
Di-sentir con la palabra, sub-vertir el orden y trans-versar los sueños
Pese a esto, en el cuerpo de este nuevo urbanismo encontramos grietas que permiten la defensa de lo que nos pertenece. No hemos tirado la toalla, insistimos en habitar dignamente. Entre fisuras tejemos red, una comunidad de defensoras y defensores del agua y el territorio. No son policías quienes nos cuidan, somos nosotros quienes nos acuerpamos para protegernos en el epicentro del aeropuerto y sus radios de afectación. De eso trata la segunda parte de este trabajo: de comunicar que hay cuerpos y territorios que son sacrificados para el beneficio de la metrópoli y sus estilos depredadores de vida. Pero, en contra de lo sacrificial, somos una organización popular en la que luchamos mano a mano.
Restauración ambiental comunitaria
En los últimos años, el cerro de Chiconauhtla ha sido objeto de múltiples y acumulativos impactos ambientales, así como del despliegue de una red de corrupción en materia de regulación ambiental. Si alguna persona con mínima sensibilidad hacia el entorno camina por sus laderas, percibirá cómo están repletas de socavones, al menos 30, a modo de un enorme basurero, un centro de reclusión, rodeado de una incesante mancha urbana precarizada. Allá, algunos lugareños podrían compartirnos su sensación de miedo e inseguridad por haber sido testigos de la aparición de cuerpos humanos sin vida.
El proyecto aeroportuario en el centro del país, sea en Texcoco o en Santa Lucía, intensificó el extractivismo histórico en la región. El racismo y el sufrimiento ambiental pueden sentirse en el aire, la tierra y el paisaje.
Ante la agonía provocada por los radios de afectación y tratando de tejer desde la esperanza en medio de esta cruel situación, la organización de los Vecinos del Cerro Tecalco-Chiconauhtla ha construido pequeñas redes de colaboración autogestiva para la mejora continua de las tierras degradadas. Una de las prácticas ha sido la conservación de matorrales xerófilos de montaña y las continuas reforestaciones, para intentar regenerar la complejidad de microbiomas en peligro y trajinar en el deseo de restablecer los servicios ecosistémicos junto con los valores históricos y culturales del cerro, una meta compartida del proyecto integral de sustentabilidad comunitaria.
Uno de los saberes colectivos de los Vecinos del Cerro Tecalco-Chiconauhtla tiene que ver con la importancia geológica de la recarga hídrica de los mantos acuíferos, sobre la cual impacta directamente la minería. Cuando arreciaba la pandemia de Covid 19 en 2020, la organización colocó a los cuerpos como motivo y objetivo de emancipación, porque las afectaciones al territorio también causan impactos directos en la integralidad de las personas. El cuidado colectivo sirvió para nombrar nuevamente el camino de la libre determinación, porque revitalizó los vínculos con la tierra, los cerros y los acuíferos, abonando fertilidad al territorio y, al mismo tiempo, a los cuerpos sociales y biológicos en su conjunto.
En la energía compartida con relación al cuidado al territorio, los Vecinos del Cerro Tecalco-Chiconauhtla, en coordinación con la organización Calpulli Tecalco y otras organizaciones e individuos, se dispusieron y construyeron con su propio esfuerzo una pileta en el área comunal del cerro conocido como El Almácigo. Lo hicieron con la doble intención de garantizar la floración de los árboles reforestados y de reforzar el tejido comunitario al interior del pueblo de San Pablo Tecalco, lugar donde se concentra gran parte de los ejidos. La construcción de esta pileta tomó 14 jornadas de faena de ocho horas diarias de duración aproximadamente y se realizó entre octubre de 2020 y febrero de 2021. El trabajo autogestivo resalta un sentido de pertenencia, un nosotros que complementa la materialidad del trabajo con la afirmación de significaciones comunes desde la colaboración no partidista. En este sentido, se (re)crean nuevas redes que integran a otras autoridades comunitarias. De esa manera, el Comité Autónomo de Agua Potable de San Pablo Tecalco y el comisariado ejidal asumieron distintos niveles de participación. Por último, aunque sea dicho de paso, la autogestión es pedagógica, porque en ella se hace presente la transmisión de saberes.
Resignificación de la memoria
La memoria tiene un uso político de acceso al pasado, por lo cual su importancia está en el presente. Hemos observado que en las comunidades hay memorias débiles, que han sido atravesadas por un proceso de silenciamiento. Sin embargo, entre 2018 y 2022 los Vecinos del Cerro Tecalco-Chiconauhtla y la organización de los 12 Pueblos convocaron a la población aledaña a participar en varias actividades en formato de talleres y jornadas de trabajo colectivo para propiciar la resignificación de algunas memorias debilitadas; con ello contribuyeron a identificar los procesos de silenciamiento y a exigir justicia. Esas actividades también han derivado en la reactualización de algunas prácticas, saberes y cosmovisiones.
En los usos políticos del pasado al interior de las comunidades se identifica una amplia heterogeneidad. Algunos ejemplos que queremos compartir son: el trabajo de los panaderos; la limpieza de los sistemas hídricos tradicionales de las comunidades, como los jagüeyes y acequias; las prácticas de herbolaria locales; y el uso de la imagen, como la pintura mural, para la autorrepresentación de historias compartidas.
La elaboración del pan es fundamental en la ofrenda para el Día de Muertos, es la base del sustento material de las familias, así como de la preservación de saberes en su elaboración. Los ingredientes son locales, por ejemplo, al usar levaduras propias del pulque se reinventa material e inmaterialmente su cosmovisión, partiendo de la reivindicación de la soberanía alimentaria.
El ciclo agrícola es importante en estas prácticas festivas. El Día de Muertos tiene lugar en épocas de estiaje, cuando se ha recogido la cosecha en la milpa y son realizadas las ofrendas, lo que significa la abundancia como producto del trabajo en la tierra. Al filo de la época de lluvias, el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, en la comunidad de San Pablo Tecalco, eventualmente, se han recuperado las faenas para limpiar las acequias y barrancas que bajan del cerro Chiconauhtla y conducen a sus jagüeyes, con la esperanza de un temporal abundante en lluvias y buenos cultivos, una insurgencia del pasado ante la amenaza de su desaparición por el despojo y devastación del territorio.
La disminución de la precipitación pluvial en los últimos años se conecta directamente con el debilitamiento de las prácticas de uso medicinal de las plantas que se encuentran en el mismo cerro, algunas en peligro de desaparecer. Igualmente, su recolección es cada vez más peligrosa dado el auge de violencia en general que se ha vivido después del anuncio del proyecto aeroportuario. La organización de los Vecinos de Cerro Tecalco-Chiconauhtla se dedicó a crear redes que reinventaron cualidades de la medicina tradicional muy desgastada y debilitada, para la recuperación de un catálogo de saberes y prácticas herbolarias locales, y su difusión en ferias y a través de otros medios.
Finalmente, en colaboración con distintos colectivos —Comité de Apoyo a San Pablo Tecalco, Conciencia y Libertad, Tloque Nahuaque, Rodadas en Defensa de la Madre Tierra, La Sexta de Zumpango y del seminario “Solidaridad económica, buen vivir y decolonialidad del poder”, del Instituto de Investigaciones Económicas de la unam–, entre noviembre de 2019 y febrero de 2020 la organización de los 12 Pueblos Originarios de Tecámac realizó un mural participativo en la biblioteca comunitaria de Santa María Ajoloapan, una antigua escuela primaria rural, construida durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. Se elaboró, junto con el pueblo, un boceto que recuperó la memoria de algunas de las personas de más edad. Durante la raspada de pintura de las paredes aparecían, como una suerte de capas de cebolla, las historias vividas en este inmueble de ya casi 100 años de construcción, a la par que fluían las memorias de los originarios sobre su historia colectiva: allá se narró cómo fue construida la escuela mediante faenas, cómo resolvían las necesidades de agua y la importancia de sus acequias y jagüeyes. La palabra compartida trajo al presente el momento en que la comunidad hizo su pozo y su sistema de agua potable con trabajo comunitario y ésa, como otras historias, se representan mediante imágenes en el mural. También resultó significativo destacar algunos espacios sagrados para la comunidad, como el panteón, la iglesia y la milpa.
Entre 2018 y 2022, como organizaciones hemos continuado en el camino de la exigencia jurídica, política y social por nuestros derechos al territorio y la libre determinación, sobre los proyectos de vida y reconstitución comunitaria de nuestros pueblos. Pensamos que éstos representan la única garantía de defensa y recuperación del territorio ancestral como horizonte de sanación de las relaciones de violencia que han atravesado históricamente nuestros paisajes, nuestras formas de habitar y de relacionarnos entre nosotros como pueblos y con la naturaleza que nos hace parte.
Nuestra lucha pareciera un despropósito en medio del despliegue acelerado y violento de la mancha urbana en un contexto donde irrumpimos con nuestra acción y palabra repleta de memoria y contra el sentido común ya tan normalizado de destrucción y degradación de la vida en nombre del desarrollo. Como hemos señalado, para nosotras y nosotros es claro que este proceso de depredación no inicia ni termina con la reciente inauguración del megaproyecto aeroportuario. Es cierto que en muchos ojos espectadores provoca cierta sospecha la emergencia de nuestra existencia, proclamándonos como sujeto político y de derechos humanos que reclama no el derecho a una ciudad proyectada, sino a seguir siendo pueblos con nuestro horizonte concreto y material. Ello responde a que, sin razón, se piensa que el proceso colonizador destruyó por completo la vida cultural y comunitaria de los pueblos del norte de la Cuenca de México, como resultado del silenciamiento y ocultamiento sistemático de su historia.
En este sentido, la acción colectiva sostenida, aunque asfixiada por las dinámicas de redistribución del espacio y las relaciones sociales que impone la urbanización salvaje, se imbrica y recrea en el cotidiano en la construcción de territorios, prácticas y horizontes de resistencia. El diálogo intergeneracional ha sido crucial para formular planteamientos esperanzadores y ejercitar prácticas de defensa más contundentes. Éstas, si bien pasan por la afirmación en momentos de movilización social, se entretejen con prácticas de cuidado y articulación de redes comunitarias e intercomunitarias en lo regional, de organización para la sostenibilidad de un proyecto de vida alternativo nutrido de ancestralidad. Se busca, entre otras cosas, fortalecer la capacidad de deliberar en asambleas sobre los asuntos comunitarios, así como la capacidad de agencia de comités autónomos y comunitarios de gestión y administración del agua, igual que de comités de vigilancia sobre los bienes comunes, por ejemplo, los panteones comunitarios.
Consideraciones finales
En este trabajo presentamos en forma de documento audiovisual la memoria de resistencia que testimonia la continuidad del despojo en la Cuenca de México. Ésta se aloja en una plataforma digital, como un mapa que permite escuchar y sentir la afectación provocada por el Aeropuerto Internacional de Santa Lucia. Con ello buscamos la afirmación en el presente de las formas de vida comunitarias de los pueblos en sus territorios frente al silenciamiento e invisibilidad impuestos por una política de negación ejercida por el Estado.
Nos hemos centrado en los esfuerzos colaborativos y autogestionarios realizados por la organización de los 12 Pueblos Originarios de Tecámac y los Vecinos del Cerro Tecalco-Chiconauhtla. Mediante el hacer colectivo, éstos se han constituido como sujetos políticos para hacer frente a las estructuras de dominación. Nuestra interpelación, empleando los recursos de fotorreportaje, pretende recuperar la memoria del hacer. El enfoque de la cámara es el de las mismas compañeras y compañeros de las organizaciones; más allá de su importancia técnica, su relevancia reside en la afirmación de su existencia como potencia transformadora, sanadora de los tejidos rotos y los saberes debilitados.
La memoria posibilita hacer un uso político del sufrimiento de los cuerpos, porque intenta salir de la revictimización impuesta por las violencias ejercidas sobre éstos y porque en la resistencia se encuentran posibilidades de afirmación del presente a partir del pasado. La colonización del pasado supuso el silenciamiento de la colonización de los cuerpos biológicos en su diversidad, no sólo de los cuerpos humanos. El desecamiento de la Cuenca de México es un testimonio de los residuos que no han sido por completo trasvasados al olvido. Las continuas y constantes convocatorias de diversas organizaciones defensoras del territorio han sido indispensables para la protección y remediación biocultural de toda la zona desde una visión regional y transdisciplinar.
Rehacer las relaciones simbióticas entre especies puede dar lugar a prácticas anticoloniales porque va a contrapelo de las políticas estatales de extensión del impacto acumulativo entre cuencas geohidrológicas. Por ejemplo, allá en el Valle del Mezquital encontramos un difícil y violento contexto de racismo ambiental. El mutualismo entre existencias puede abrir grietas contra los objetivos de la acumulación de capital, el cual se extiende a través de servicios infraestructurales, medios biopolíticos y militares.
Una contranarrativa practicada por los pueblos ha sido la de regenerar la complejidad de microbiomas para buscar re-establecer otro tipo de relaciones ambientales ligadas a la reproducción sustentable de las comunidades. El trabajo colectivo y el diálogo intergeneracional han creado puentes para ejercitar prácticas de memoria más contundentes. Finalmente, ha sido una herramienta que ha dado persistencia a las organizaciones en su lucha, además de propiciar la organización política no partidista y fortalecer prácticas, saberes y cosmovisiones comunitarias.
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