Posters en Buenos Aires, Argentina, foto tomada en julio de 2019.
Autora de la foto: Gaya Makaran

Fabiola Ramos Toro

Licenciada en Ciencias Políticas y Gubernamentales por la Universidad de Chile, estudiante de la maestría de Estudios Latinoamericano de la UNAM. Integrante del Proyecto papiit “Autonomía vs. Hegemonía. Estado latinoamericano y emancipación social desde los pueblos indígenas, afrodescendientes y sectores populares” (2020-2022).

Gaya Makaran

Gaya Makaran: investigadora titular del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM, México. Doctora en Ciencias de Literatura y maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Varsovia, Polonia. Responsable del Proyecto PAPIIT “Autonomía vs. Hegemonía. Estado latinoamericano y emancipación social desde los pueblos indígenas, afrodescendientes y sectores populares” (2020-2022).

Introducción

Las últimas décadas han transcurrido en América Latina y el Caribe bajo el signo de la movilización y la protesta. Diferentes luchas se conjuntaron ocupando las calles y las rutas para cuestionar las bases coloniales y patriarcales de los Estados latinoamericanos, igual que las políticas neoliberales o neodesarrollistas de los gobiernos en turno. De esta manera, la calle se ha convertido en un espacio en disputa, donde los antagonismos y tensiones sociales se visualizan de diferentes maneras, desde el desborde directo de la marcha, la puesta del cuerpo en un “performance” o la acción político-artística, hasta la resistencia gráfica que marca los muros de las ciudades con grafiti y pinta. Los “subsuelos políticos”, a decir de Tapia (2008), emergen y erosionan el monopolio del Estado-capital de producir y de habitar la calle. El espacio social cada vez más disciplinado, medido y trazado entre lo público y lo privado, colonizado por la acumulación capitalista, militarizado y prisionero de la gubernamentalidad, se niega, de esta manera, a la ley y el orden y se escapa con burbujeos, manchando lo pulcro con su irreverencia y, frecuentemente, construyendo desde la calle sociabilidades alternativas.

Uno de los protagonistas más importantes de ese “despertar de las calles” ha sido sin duda el movimiento feminista, lo que no sorprende si tomamos en cuenta que América Latina y el Caribe es una de las regiones más violentas del planeta, donde la violencia contra la mujer y el feminicidio son el pan de cada día. A esto hay que añadir una importante influencia de varias iglesias, desde la católica hasta las evangélicas, que en la alianza con el Estado pretenden controlar los cuerpos y las vidas de millones de mujeres con la prohibición y la criminalización del aborto. Estos dos factores, junto con la pobreza extrema y políticas de despojo extractivista que hacen que las mujeres, sobre todo indígenas y campesinas, sean las primeras víctimas de violencia, tanto directa como estructural, en el marco de un colonialismo interno, constituyen el contexto y el catalizador de la lucha feminista.

Sin duda, el movimiento de mujeres (incluyendo a las no cis ni heteronormadas), mayoritariamente, aunque no sólo, representado por el feminismo en toda la diversidad de corrientes, es el movimiento social que más ha destacado en la última década por su masividad, creatividad y radicalidad, además de tomar forma de una tendencia internacional compartida (véase Gago, 2019). Desde la marea verde argentina que irradió en toda la región, la toma de facultades en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) por las Mujeres Organizadas, los encuentros convocados por las Mujeres que Luchan zapatistas, la huelga de mujeres y las multitudinarias marchas del 8M, hasta la irrupción feminista durante el levantamiento popular chileno y el colombiano, el último lustro ha sido marcado por consignas como “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”, “Aborto libre”, “Despatriarcalización”. Consignas que, al protestar contra la violencia, el acoso y la criminalización del aborto, exigen para las mujeres una libertad plena en que el cuerpo, individual o colectivo, está puesto en el centro. Desarrollaremos este tema a lo largo del presente ensayo.

Leer la acción colectiva y los movimientos desde y a través de la calle es una apuesta metodológica que elegimos para el presente ensayo con el objetivo de enriquecer los métodos tradicionales de investigación académica. En este sentido, se trata de un ensayo visual de interpretación empírica dirigido a captar la estética de la política, donde el mensaje y la forma, la idea y la imagen, la acción directa y el arte confluyen, constituyendo la expresión sin intermediarios de un manifiesto político que se difunde e interpela desde el uso común y cotidiano del espacio “público”. De ahí, el presente texto, más que brindar un análisis académico exhaustivo del fenómeno, intentará acercarnos a la estética callejera del movimiento feminista autónomo, específicamente, a sus grafitis, pintas y serigrafías, para desde allí ensayar una lectura de sus principales premisas políticas. Con este objetivo, se analizarán fotografías de nuestra autoría tomadas en diferentes espacios de la Ciudad de México, Santiago de Chile, La Paz en Bolivia y Asunción en Paraguay en los últimos años (2019-2022). 

Esta elección responde a las investigaciones y activismos particulares de cada una de nosotras, los cuales se juntan en el presente escrito y elegimos para constituir un “estudio de caso” específico que nos permita ilustrar la tendencia latinoamericana general. No nos será posible en este reducido espacio describir con el merecido detalle al feminismo autónomo de estos cuatro países. Nos limitaremos tan sólo a mencionar algunas colectivas emblemáticas de referencia y a esbozar ciertos rasgos de sus respectivos contextos. Lo que nos interesa subrayar es el carácter internacionalista de sus luchas, en las que tanto los contenidos, como las formas traspasan fronteras y se influyen mutuamente; por ello decidimos no separar nuestro material por países, sino mezclarlo en collages para mostrar, precisamente, los puntos comunes del movimiento, donde las patrias desaparecen frente a la solidaridad continental de las matrias.

Feminismo autónomo: México, Chile, Bolivia y Paraguay – un breve acercamiento

Entre la variedad de corrientes feministas, nos interesa destacar la apuesta que decidimos llamar “feminismo autónomo”. Se trata de una amplia y diversa gama de colectivos/as e individualidades que se distancian del feminismo institucional, tanto el de larga data, como el surgido de las movilizaciones recientes, apostando por la autonomía y la autogestión como formas de relación y construcción colectiva. Esta autonomía se revela, por una parte, en su recelo frente a los entes estatales y las ong que promueven una agenda de derechos en el marco de la participación institucional y del legalismo de una supuesta democracia liberal. Por otra parte, reside en el carácter potencialmente antisistémico de sus planteamientos, sus formas radicales y subversivas de expresión y de acción, junto con la construcción de sociabilidades alternativas e, incluso, instituciones propias enfocadas en brindar apoyo, seguridad y justicia frente a la inoperancia o la complicidad criminal de las instituciones estatales. 

Así, el feminismo autónomo cuestiona el patriarcado entendido como una estructura compleja vinculada de manera inseparable con la forma Estado y la forma capital. Sus luchas denotan un potencial anticapitalista y antiestatal y se radicalizan frente a la ineficacia de las conquistas legales o las políticas institucionales. En este sentido, dentro del feminismo autónomo encontramos una fuerte presencia del anarcofeminismo, que deja su impronta en el movimiento, sin monopolizarlo. De esta manera, lo autónomo contiene, al mismo tiempo que lo desborda, al anarquismo, incluyendo iniciativas y personas que no se identifican como anarcofeministas, aun presentando una fuerte “anarquización” de sus contenidos y acciones.

Para continuar este breve recorrido, debe recalcarse que no se puede separar el desarrollo del movimiento feminista autónomo del contexto político, social y económico de cada país, como tampoco se pueden olvidar las discusiones que se dieron en las últimas décadas dentro del movimiento feminista en la región. Así es como en América Latina, a partir de 1993, se empezaron a hacer visibles diferencias en cuanto a las estrategias políticas al interior del movimiento feminista. Sin embargo, no fue sino hasta 1996, en el Séptimo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe celebrado en la ciudad de Cartagena de Chile, cuando se abordaron con mayor profundidad las diferencias de dos proyectos políticos que se estaban desarrollando al interior del movimiento: el proyecto institucional y el proyecto autónomo. Esta separación no tardó en concretarse en la conformación explícita del feminismo autónomo a partir del Primer Encuentro Feminista Autónomo, realizado en Sorata, Bolivia en 1998.

En vista de lo anterior, en el caso de Chile se debe destacar que durante la dictadura cívico militar pinochetista (1973-1989) el movimiento de mujeres en general tuvo un rol crucial en la recuperación de la democracia. Sin embargo, sus acciones no estuvieron al margen de la discusión sobre la autonomía que se estaba dando al interior del movimiento feminista regional entre quienes participaban por medio de partidos políticos y quienes lo hacían a través de organizaciones independientes, como, por ejemplo, el movimiento de pobladoras.

Con la vuelta a la democracia y a la luz de las discusiones entre institucionalistas y autónomas, marcadas a la vez por el nuevo contexto de transición que estaba ocurriendo en el país, en la década de los noventa, a manera de distanciarse de un proyecto político en el cual no creían, se empezaron a conformar algunas de las organizaciones que dieron origen al actual Movimiento Autónomo Feminista chileno, principalmente integrado por mujeres autónomas, anarcofeministas y feministas sin militancias, que se reunieron en torno a colectividades como Las Clorindas, Línea aborto libre, Feminarias, Feministas Cómplices, Feministas Populares, Feministas Sueltas, por nombrar algunas. Son ellas quienes impulsaron el activismo político en las calles y en el espacio público, sobre todo en materia de memoria, aborto libre y acciones contra la violencia hacia las mujeres, todo esto por medio de diversas convocatorias como marchas, foros y encuentros, además del acompañamiento directo. 

Las feministas autónomas, por el hecho de formar parte del movimiento feminista más amplio, han estado abiertas a dialogar con otras organizaciones feministas. Por lo mismo, queremos destacar que en la actualidad hay otro hito que es fundamental para entender la rearticulación del movimiento feminista autónomo en el país. Con esto nos referimos al contexto particular de la Revuelta de octubre de 2019, durante la cual, frente a la emergencia, las mujeres actuaron en conjunto para responder a la brutal represión y violencia que estaba ejerciendo el Estado contra las personas movilizadas. Sin embargo, frente a los procesos posteriores, se ha presentado nuevamente una separación significativa entre las personas que desarrollan su lucha política en la esfera estatal y quienes buscan desarrollar proyectos autónomos y autogestivos por fuera de una institucionalidad que no las representa y las violenta. Aquí quisiéramos destacar a la colectiva Memorias de Rebeldías Feministas, que desde la autonomía continúa denunciando su nula confianza en el Estado que las ha violentado política y sexualmente desde la dictadura hasta hoy; y la labor gráfica que realiza la Brigada de Propaganda Feminista, que desde el oficio de la serigrafía disputa las paredes para politizar la ciudad mediante consignas como “Resistir para un buen vivir”, “La dignidad se cocina a fuego lento” o “Enemigas políticas”. 

En otra línea, se debe reconocer que el movimiento feminista autónomo mexicano ha tenido una trayectoria de larga data, la cual ha estado impulsada por diferentes corrientes que abogan por proyectos autónomos. Entre éstas podemos destacar algunas de corte lesbofeministas, como la colectiva Brecha Lésbica, que si bien se inicia en México, alcanza un carácter transnacional. También es posible mencionar múltiples colectivas anarcofeministas y antiespecistas y toda una galaxia de diversas organizaciones que confluyen en eventos específicos como la Marcha y Huelga de Mujeres del 8M, “Ni una Menos”, la toma de las facultades y las escuelas preparatorias por Las Mujeres Organizadas o las convocatorias de las Mujeres que Luchan zapatistas. Lo que podemos destacar de los feminismos autónomos en México es su apuesta por la participación de las mujeres indígenas que han aportado de forma teórica y práctica a profundizar la postura antisistémica, comunitaria y anticolonial del movimiento feminista en su esfuerzo por aprender de sus resistencias históricas en contra de las desigualdades económicas, el despojo, el racismo y las violencias coloniales que se ejercen contra sus cuerpos.

De esta forma, incluso sin considerarse feministas propiamente, el Movimiento de Mujeres Zapatistas o el Consejo de la Mujer del pueblo de Cherán K’eri se presentan como resistencias activas antisistémicas, que se originan desde el encuentro y descubrimiento colectivo a partir de sus mismas experiencias en colectividad. Razón por la cual, el feminismo autónomo recoge y reconoce el cuestionamiento que ellas hacen a las estructuras de dominación, incluyendo también a las tendencias colonialistas de un feminismo de inspiración occidental que inunda los espacios políticos urbanos e institucionales de nuestra región. 

En otra arista de la discusión, México también es un país señalado por tener un alto grado de violencias en contra de las mujeres, lo cual queda demostrado por el altísimo número de feminicidios que se cometen anualmente en el país. Frente a esa situación, las mujeres y organizaciones feministas han hecho de esta materia su campo de lucha, no sin antes denunciar en las calles la complicidad del Estado en la violencia que se ejerce en contra de ellas. Una muestra de ello es el trabajo que realiza Paste Up Morras, quienes se definen como una colectiva de morras (chicas) que intervienen y registran pegas en las calles, denunciando, entre otras cosas, la violencia feminicida. Por esta razón, el feminismo autónomo ha tenido un rol protagónico en la resistencia en contra de la violencia, principalmente desarrollando proyectos de autodefensa, apoyo psicológico y memoria por todas las víctimas que el patriarcado les ha arrebatado (véase, por ejemplo, el grupo Bordamos feminicidios).

En Bolivia, el feminismo autónomo se relaciona inseparablemente con el colectivo anarcofeminista Mujeres Creando, aunque tendremos, por supuesto, muchas otras iniciativas entre ellas, las colectivas articuladas alrededor del evento Aquelarre Subversiva. Desde su patio boliviano lograron desbordar los límites de un pequeño colectivo anarcofeminista y se convirtieron en un actor político importante a nivel nacional y continental, cuya cofundadora, María Galindo, se ha vuelto un personaje de referencia obligatoria cuando hablamos del pensamiento feminista latinoamericano. El colectivo surge en 1992 como una iniciativa conjunta de María Galindo (anarcofeminismo) y Julieta Paredes (feminismo comunitario) que une la lucha urbana con la perspectiva de las mujeres indígenas campesinas. Posteriormente se da la división y el feminismo indígena se separa en Mujeres Creando Comunidad, apostando por una línea de feminismo identitario, con el tiempo vinculado al gobierno del Movimiento al Socialismo (mas), de la que se deslinda la propuesta anarcofeminista de Galindo.

Después de más de dos décadas de existencia, Mujeres Creando se convirtió en una “institución” icónica de La Paz, con su casa de cultura/hotel refugio/restaurante, Virgen de los Deseos y la Radio Deseo, en la que María Galindo es locutora. En este sentido su iniciativa es multidimensional; además de su aporte teórico e ideológico, desarrollado por Galindo en sus libros, artículos y programas de radio, apuestan por la acción directa en las calles  a través del arte urbano, que ya se ha vuelto icónico (grafiti político y “performance”), la interpelación de las autoridades y las movilizaciones (como la gran Marcha de Mujeres contra las Violencias Machistas y por la Justicia de enero de 2022), la construcción de espacios abiertos a todes, como la casa Virgen de los Deseos, donde las actividades culturales, los talleres, el cocinar en colectivo y, sobre todo, el espacio de apoyo legal y refugio para las mujeres que lo necesitan, apuesta por crear una sociabilidad alternativa. Mujeres Creando se ha convertido en una fuerza real en cuanto al cuestionamiento del patriarcado materializado en el Estado en el contexto del colonialismo interno, donde la participación de las mujeres indígenas y de sectores populares se conjunta con la lucha de las disidencias sexuales desde una perspectiva radical anarquista irreverente, provocadora, pero eficaz.

En Paraguay, un país profundamente conservador, rasgo reforzado por  la larga dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) que se perpetúa hasta la actualidad bajo el régimen del Partido Colorado, con una fuerte influencia de la Iglesia católica en la vida pública, con leyes antiaborto de las más estrictas del continente, donde la violencia, la sumisión y la domesticación de las mujeres junto con la paternidad irresponsable y la masculinidad tóxica forman parte del ethos nacional, la radicalización de la lucha feminista se da a partir de 2016, como resultado, entre otros factores, de la influencia de la marea verde argentina y el desarrollo de las corrientes anarquistas internas.

El feminismo autónomo paraguayo se caracteriza por su pluralidad, diversidad y también por la volatilidad de sus organizaciones que, a pesar de la precariedad en la que son obligadas a funcionar, han logrado un importante impacto en el conjunto del movimiento feminista paraguayo, sobre todo en sus generaciones más jóvenes, las cuales han interpelando sus aristas más institucionalizadas y prosistémicas, ubicando en la agenda pública el tema de la violencia machista, la autodefensa, el aborto libre, la libertad sexual y la crítica de clase del sistema económico paraguayo basado en la agroindustria sojera. Esto se une a la acción directa como la pinta política, el performance y la manifestación. Así, podemos mencionar al anarquista Grupo de Afinidad y Acción Directa Caracolito (desde 2014) y la Feroz Colectiva nacida en 2016 de una convocatoria abierta que integró, además de las anarquistas, toda la pluralidad de posturas ideológicas dentro del feminismo autónomo. Hoy en día, su apuesta es continuada por otros grupos y los grafitis feministas que inundan el centro de la ciudad se han convertido en una expresión ya clásica de su lucha.

Pintar la calle, poner el cuerpo – análisis del grafiti político

Las pintas, tan características ya para el movimiento feminista de todo el continente, se exhiben en los principales lugares públicos, incluidas las paredes de las iglesias y los edificios del gobierno. Son un claro desafío al discurso hegemónico, una bofetada a la sociedad conservadora y, al mismo tiempo, una invitación hecha a les peatones a pensar y repensarse. La lucha contra el patriarcado y por la liberación de los cuerpos y las conciencias del dictado del dios y de la patria, se vincula con la lucha anticapitalista contra los problemas sociales sistémicos que incorporan a los pueblos indígenas y campesinos en una posible alianza, entretejiendo diferentes ejes de la opresión, donde les diferentes cuerpos, “cuerpas”, “cuerpes”, territorios, vidas y ancestralidades combaten por vivir frente a un sistema que les condena a la muerte o la mendicidad. Veamos las principales características de la propuesta del feminismo autónomo latinoamericano que, por cuestión de claridad expositiva, articulamos alrededor de cuatro ejes: la emancipación de la sexualidad y del cuerpo; el antiestatalismo y el anticapitalismo frente a las violencias sistémicas; las resistencias, memorias y sociabilidades propias; los cuerpo-territorios, la naturaleza y el antiespecismo.

Emancipar el cuerpo, politizar la vagina. Aborto libre


Para referirnos al primer eje, es imperativo destacar la transformación que trajo consigo la modernidad en cuanto a las formas de entender el cuerpo y la sexualidad. En concreto, siguiendo los postulados de Silvia Federici en Calibán y la bruja (2010), a partir del siglo xvii, con el origen de la filosofía mecanicista y principalmente “gracias” a los pensamientos de René Descartes, se instaló la idea de percibir al cuerpo como una máquina al servicio de la producción capitalista, buscando, en concreto, la cosificación de las personas para favorecer su explotación. Junto con esto, se implantó sobre ellas un conflicto de autopercepción basado en la separación antagónica entre el ser racional y el cuerpo, dimensiones que a partir de ese momento se percibieron como contrarias, especialmente al decir “no soy este cuerpo” (Descartes en Federici, 2010: 191). Y no sólo eso; además, esos cuerpos se categorizaron a partir de un referente ideal de lo racional, representado por la imagen del hombre cis, heterosexual, europeo y burgués, que posiciona a todas las otras personas que no encajamos con ese parámetro como no racionales, es decir, como no cuerpos.  

A partir de lo observado en las calles de nuestros cuatro países, es posible definir que las acciones políticas del feminismo autónomo están destinadas a oponerse, por medio de diferentes narraciones, a ese discurso hegemónico que posibilita la dominación y explotación de esos otros cuerpos. De esta forma, se destaca la búsqueda por la reapropiación del cuerpo, su reconocimiento y la necesidad de volver a sentirse parte del mismo, junto a otras invitaciones enfocadas en (re)pensar el lugar que ocupa el cuerpo politizado, tanto individual como colectivo, dentro de las luchas del feminismo.

Collage Cuerpo

En este primer collage se pueden apreciar algunas muestras de aquello. Por ejemplo, de cómo el amor y el placer hacia el cuerpo pueden ser una forma de oponerse a los parámetros estructuralmente impuestos. Porque amar un cuerpo disidente, o experimentar placer cuando históricamente ha sido negado y arrebatado para otros (bajo la forma de dominación y control patriarcal de la sexualidad), es un acto de resistencia frente a un sistema que nos ha enseñado a “no ser ese cuerpo”. En este sentido, no es extraño ver por las calles representaciones de vulvas y vaginas que tienen por objetivo visibilizar y politizar una zona negada, vetada y olvidada, incluso para quienes tenemos una.

Asimismo, politizar la vagina y la vulva como un espacio de disputa por la autonomía de los cuerpos y reivindicar el placer, el autodescubrimiento y la autosanación como parte de la revolución social aconteciendo y por acontecer es una apuesta disruptiva no sólo con el discurso conservador, sino también con la narrativa clásica de la izquierda marxista que ha excluido la esfera de lo íntimo y lo “privado” de las preocupaciones “serias” de la doctrina revolucionaria. De esta manera, marcar los muros y las calles con el símbolo de la vagina en sus diversas asociaciones estéticas: desde la flor hasta el fuego, constituye un gesto simbólico de disputa por el espacio hasta ahora falocéntrico, incluido el propio campo de las izquierdas.

Por otro lado, estas consignas se posicionan como una resistencia frente al poder que ejercen las estructuras de dominación sobre esos cuerpos, al manifestar que “mi cuerpo es mío y sólo mío, y no de la iglesia, el estado, el marido o el patrón”, están oponiéndose expresamente a continuar bajo el mandato patriarcal de cada una de estas instituciones. O incluso, al expresar “no me arrepiento de nada”, dan claves para responder a los mecanismos de dominación y control que ejercen estas mismas estructuras por medio del castigo, del miedo y la culpa. Todo esto, sin olvidar devolver la responsabilidad a quienes actúan y viven desde ese privilegio, rebatiendo el discurso patriarcal que castiga a las mujeres y libera a los hombres de su responsabilidad. Tal como dicen las compañeras paraguayas, “mucho cerrá las piernas, poco guardá la pija”, como una forma de demostrar el despropósito de siempre culpabilizar a las mujeres por cómo visten, se maquillan, bailan, entre muchos otros argumentos utilizados para controlarlas. 

Como consecuencia de la lucha por la autonomía de los cuerpos, el aborto libre surge como una apuesta más característica de los feminismos autónomos. De hecho, la lucha por el aborto ha marcado la agenda feminista, incluido el feminismo institucional, en América Latina en las últimas décadas. De ahí, no es fortuito que la marea verde, gatillada por las compañeras argentinas, haya tenido tal resonancia en el resto del continente, considerando que vivimos en una de las regiones “con las leyes más restrictivas sobre aborto a nivel mundial” (Cedeño y Tena, 2020: 9). Tenemos que comprender el porqué de tales restricciones y para ello es fundamental referirse a las implicaciones que tiene para los cuerpos gestantes vivir en un sistema capitalista y patriarcal en cuanto a la división sexual del trabajo. Porque, en efecto, lo que hace el capitalismo es “reducir el útero a una máquina de reproducción del trabajo” (Federici, 2010: 199), es decir, conquista los cuerpos de mujeres con el objetivo de producir y reproducir, gracias a sus cuerpos fértiles y su trabajo “doméstico” no asalariado, la mano de obra esencial para la acumulación del capital. Con el tiempo, esta “racionalidad” económica se entrelazó de manera inseparable con la moral de las iglesias y la legislación estatal, como afirma la clásica denuncia anarquista. Desde aquí, se puede comprender por qué el aborto en la actualidad es un tema tan penado desde las instituciones patriarcales, a pesar de que no es un fenómeno nuevo, sino que ha sido una práctica milenaria de las mujeres y cuerpos gestantes como una forma de control sobre su salud reproductiva y de ejercicio activo de su propia autonomía, que fue demonizada en los albores de la modernidad capitalista. 

Collage Aborto
Che rete che mba’e – en guaraní paraguayo: Mi cuerpo es mío.* El mural dela Virgen de los Ovarios es de autoría de Mujeres Creando y se encuentra en la casa Virgen de los Deseos, La Paz, Bolivia.

Frente a esta realidad, los feminismos autónomos en América Latina se han hecho cargo de resistir a las limitaciones interpuestas por el Estado y la Iglesia, incluso más allá de la agenda de la legalización del aborto con sus limitantes de tal o cual causal y procedimientos restringidos. De allí, el lema del “aborto libre” sustituye para ellas, aunque no de manera excluyente, el “aborto legal”. Lo que significa una apuesta por la autogestión para proveer abortos libres, protegidos y seguros para quienes requieran hacerlo sin importar las causas de su decisión. Como pudimos leer en las calles de Santiago de Chile: “Legal o no legal, abortamos igual”, es decir, varias de las feministas, incluidas las institucionales, forman parte de redes de apoyo al aborto y, en la clandestinidad, han asumido el peligro de ser criminalizadas y encarceladas por informar, acompañar o proveer de los insumos para realizar abortos a niñas (“Niñas no madres”), mujeres o personas gestantes que lo requieran (según el lema: “aborto/a con amigas”). Y, si bien es un panorama bastante hostil para las acompañantes, desde el feminismo autónomo se han formado solidaridades que permiten seguir luchando en la materia, puesto que, como plantean, es más fácil combatir la violencia en contra de los cuerpos desde la organización del cuerpo colectivo.

Aborta al Estado, al patrón y a la Iglesia - violencias sistémicas


Uno de los principales ejes alrededor del cual se articula la lucha del feminismo autónomo es la crítica, retomando las viejas consignas anarquistas, al Estado, el capital y la Iglesia, considerados profundamente patriarcales y coloniales. La lucha de las mujeres se plantea en este sentido unida inseparablemente a otras luchas antiestatales y anticapitalistas, para visibilizar ante la sociedad la complejidad y la codependencia existente entre estos tres entes cruciales para el sistema de dominación y explotación sufrido y enfrentado por varias subalternidades. Así, surgen las pintas que llaman a abortar los símbolos del sistema de opresión: “aborta al estado”, “aborta al patrón”, “aborta la soja”, “aborta al macho”; vinculando la lucha feminista por el derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos con la lucha social mucho más amplia, en la que el género, la clase y la etnia coinciden en la interseccionalidad de las opresiones y las resistencias.

Collage Estado-capital y patriarcado

En este sentido, el feminismo autónomo interpretará la dominación ejercida sobre las mujeres como característica intrínseca del sistema capitalista, distanciándose radicalmente del feminismo “empresarial” o “burgués”. De esta manera, caracteriza al capitalismo como un sistema de conquista y colonización, profundamente permeado desde sus inicios por valores patriarcales, al ser la mujer el objeto de un despojo multidimensional. Este despojo de las capacidades de autonomía personal y social de las mujeres, destrucción de sus sabidurías, vínculos de solidaridad y de su libertad en cuanto a sus cuerpos y vidas, se ve como paralelo a la dominación violenta de la tierra, la naturaleza y sus recursos, lo que, como veremos más adelante, está estrechamente vinculado con el nacimiento y el desarrollo del capitalismo y del Estado moderno, como lo describe magistralmente la ya evocada Silvia Federici (2010). De ahí, el factor de clase y la explotación ejercida contra las mujeres de sectores populares e indígenas, junto con sus propias formas de resistencia colectiva, como ollas comunes, redes de apoyo mutuo y solidaridad, ocupan un lugar central en la reflexión feminista, junto con los esfuerzos por la autogestión, tema que desarrollaremos en el siguiente apartado.

Collage  Iglesia
Che poco tupaope – en guaraní paraguayo: Me dejo toquetear en la iglesia.

La Iglesia, sobre todo la católica que, a pesar del avance de las iglesias evangélicas, es la que todavía ejerce el dominio hegemónico sobre las sociedades latinoamericanas gracias a su alianza explícita o no con el Estado, es otra de las instituciones en la mira del feminismo autónomo. Ha sido denunciada tanto por su conservadurismo que condena a la mujer a ser la “sierva del Señor” y le niega la autonomía sobre su cuerpo, la sexualidad y la maternidad, como también por el abuso directo que perpetran sus sacerdotes en contra de las mujeres y niñes en una total impunidad y complicidad de la institución. La provocación estética en este caso pretende dinamitar los tabúes religiosos que pesan sobre la mujer y las disidencias sexuales y obstaculizan su plena emancipación, como en el caso de Mujeres Creando y su uso de la simbología mariana.

La crítica al Estado como un ente en sí patriarcal y colonial que refuerza la explotación y despojo capitalista y ejerce el control sobre el cuerpo femenino apoyado en el mandato religioso de las iglesias hegemónicas se une con la denuncia de la violencia estatal ejercida contra las mujeres, junto con la corrupción y la misoginia de sus sistemas “de justicia” y sus cuerpos “de seguridad”. Las pintas responsabilizan al Estado de ser cómplice del feminicidio y de la violación, llamando la atención sobre el carácter sistémico y estructural de la violencia que escapa a un simple acto individual de un macho trastornado.

Lo primero que denuncian los feminismos autónomos es la naturaleza autoritaria y violenta de la policía y el ejército como brazos coercitivos del Estado y, como éste, profundamente patriarcales. Desde ahí, es importante destacar que la herencia de las dictaduras militares de los tres países del Cono Sur y de la “dictadura perfecta” y su guerra sucia contra las disidencias políticas en México, ha potenciado el ejercicio de estas particularidades en contra de los movimientos sociales y, en especial, del movimiento feminista. No se debe olvidar que estas instituciones recibieron instrucción contrainsurgente en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional con aplicación específica en contra de las mujeres, al ser el abuso sexual y la violación una herramienta correctiva y disciplinadora. Tal como lo dice Ximena Bunster, “se idearon pautas de castigo específicas dirigidas al conjunto de mujeres militantes del disentimiento político o sospechosas de pertenecer a él” (Bunster en Maravall, 2004: 1095).

Como resultado, en la actualidad, tenemos a dos instituciones que, por medio de una violencia aprendida, generalmente de tipo sexual, buscan desincentivar la acción política contrahegemónica del feminismo y así mantener el orden establecido. En un análisis más profundo esto se puede relacionar con lo que Rita Segato (2003) denomina “el mandato de violación”, porque estas instituciones buscan de forma simbólica y fáctica reproducir el miedo a ser violadas y, con ello, generar terror no sólo en las mujeres que sufren las agresiones, sino en toda la comunidad. De esta forma, la frase “El Estado tortura, viola y asesina” denuncia una realidad persistente que tiene como objetivo sembrar miedo y terror en las personas que se plantean la acción política. De igual modo, la denuncia feminista de la violencia estatal, tanto la directa como la estructural, deslegitima el clásico “monopolio estatal de la violencia” y expone la falsedad de las premisas básicas de las doctrinas que apuestan por el Estado como garante y protector de derechos ciudadanos.

Collage  Policía y violencia

En otro sentido, el feminismo autónomo denuncia la complicidad patriarcal de las instituciones, lo que Rita Segato (2003) llama el “mandato de masculinidad”, el cual expresa un pacto de silencio y colaboración entre victimarios. En este caso, se manifiesta cuando la policía y todo el sistema judicial actúan como colaboradores directos e indirectos de los ejecutores de feminicidios, violaciones, abusos y violencias, porque esas acciones son normales y deseadas en una sociedad patriarcal que busca el control y el sometimiento de los cuerpos. Tal como lo expresan Mujeres Creando “Por la plata del feminicida y violador, baila el juez y el fiscal”, graficando no sólo la alianza patriarcal, sino también un pacto económico edificado sobre un sistema profundamente corrupto.

Como resultado, tenemos tres frases (véase collage 5) que pueden ser clarificadoras en cuanto a la postura que toman las feministas autónomas hacia la policía, en tanto buscan su autonomía en contra del control y el sometimiento patriarcal. Primero, al decir “la policía vale verga” hacen un juego de palabras que, por un lado, desprecia a la institución, a la vez que la equipara de forma consciente al falo como representación patriarcal de su existencia. En segundo lugar, las frases “yo abortaría por si se hace policía” y “menos pacos más abortos” se presentan como una forma de transgredir ese sometimiento del cuerpo que nos obliga a ser cómplices de la reproducción sistémica de aparatos de coacción y violencia. De la misma manera, imaginan un mundo más libre, en el que ser un cuerpo feminizado y ejercer su autonomía personal y colectiva no estaría criminalizado, penalizado y reprimido.

Amor entre mujeres salva - resistencia, memoria y sororidad


El rechazo hacia la policía es común en el movimiento tanto, como vimos, por su complicidad en la violencia ejercida contra las mujeres y los cuerpos feminizados, como en la persecución de la acción directa feminista, donde pintar los muros se convierte en ilegal y las expresiones estético-disruptivas en las calles son perseguidas como peligrosas para el orden social. De hecho, no se necesita mucho para sufrir represión, persecución, arresto y hasta violencia sexual de parte de los “cuerpos del orden” que ven en estos “cuerpos en caos” feministas una transgresión clara y peligrosa de los mandatos patriarcales. Participar en una manifestación, gritar, pintar paredes, “destruir patrimonio”, verse de una determinada manera que no corresponde a los modelos de feminidad correcta y pacífica, defender a la amiga, defenderse a sí misma, todas estas acciones son causas suficientes para la acción represiva. Es por eso que el aura de clandestinidad, desconfianza y rechazo hacia la policía, que quedan simbolizados bajo la imagen de la capucha, permea a una parte considerable de los feminismos autónomos, aunque tiende a ser más extendida en sus corrientes anarquistas o anarquizantes. 

Así, la capucha, que puede tener distintas formas y colores, además de ser una manera muy práctica y necesaria de proteger su identidad y su salud de los gases lacrimógenos, se convierte en el símbolo de la rebeldía, de la transgresión antisistémica y del desacuerdo radical con la gubernamentalidad. Observamos, además, el fenómeno ya anunciado por las mujeres zapatistas que, al hacer del pasamontañas y el paliacate su signo distintivo, tapaban sus rostros “para que las vieran”. Se trata de hacerse visibles como cuerpo colectivo a través del ocultamiento de la identidad individual y, al mismo tiempo, de poder expresar plenamente esta individualidad a través de la libertad que da el anonimato detrás de la capucha.

Collage  Autodefensa

Contra la violencia sistémica y directa del Estado y de los victimarios individuales, el feminismo autónomo propone el acuerpamiento y la sororidad entre mujeres, el autocuidado: “La policía no te cuida, te cuidan las amigas”; la autodefensa y la justicia feminista. No se puede resistir sola, indican las feministas al apostar por la construcción de redes de apoyo y por la acción directa colectiva como una estrategia política. “El amor entre mujeres” no se limita exclusivamente a las corrientes lésbicas del movimiento, sino que se propone como una forma sorora de relacionarse en hermandad, complicidad, apoyo mutuo y confianza. El amor a la otra sería transgresivo de los mandatos patriarcales que han promovido la competencia, la discordia y el aislamiento de las mujeres para su mejor control, al evitar las reuniones femeninas como eventos potencialmente peligrosos, históricamente demonizados bajo la imagen de aquelarre de las siervas de Satanás, imagen irónicamente recuperada por diversas colectivas feministas (véase Aquelarre Subversiva de Cochabamba, Bolivia).

Otra de las estrategias de resistencia es la memoria que se reivindica con lemas de “Somos el grito de las que ya no están/las que nos faltan” o “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar” que aparecen en sus múltiples variantes en los muros y pancartas. Eso responde, por una parte, a la necesidad de no olvidar las políticas de violación y muerte que han ejercido históricamente las instituciones patriarcales en contra de las mujeres y, por la otra, de recordar a las mujeres que han luchado, resistido, vencido o sucumbido ante estas violencias. Porque no se debe olvidar que estas instituciones han procurado silenciar e invisibilizar, de diferentes formas, las experiencias y testimonios de quienes han sufrido y resistido las violencias y han luchado por su emancipación. Así, se recuperan y alzan como simbólicas las figuras de mujeres, tanto de personajes históricos como de las madres, abuelas, tías y vecinas. El objetivo también es dar la voz a muchas mujeres que han cargado por años con un silencio que no les ha permitido expresar las violencias sexuales que vivieron en sus cuerpos por el sentimiento de culpa y vergüenza.

Collage  Sororidad

En este sentido, el feminismo autónomo ha buscado como proyecto político incitar a rellenar esos vacíos por medio de un proceso de memoria que resignifique el pasado, sin victimizar a las mujeres que vivieron dichos actos. Todo para cerrar las heridas patriarcales del hoy, al buscar la justicia, verdad y reparación de las acciones del ayer. En definitiva, buscar un futuro que sea capaz de reconstruir una historia que recoja no sólo las experiencias de quienes sufrieron la violencia patriarcal, sino también de quienes se alzan como modelos de admiración para el movimiento feminista. Así nos lo muestra el ejemplo de Gabriela Mistral encapuchada, imagen que representa la fuerza de una poetiza lesbiana que ahora toma acciones en contra de la historia patriarcal que la invisibilizó por muchos años. De esta forma, se da a entender que se puede actuar desde la reconstrucción de una memoria contrahegemónica que permita crear una historia feminista que recupere las genealogías perdidas con el objetivo puesto en el presente y el futuro que se anhela. 

Collage  Memoria

Cuerpos territorios - naturaleza y antiespecismo


Como hemos mencionado, la denuncia del Estado y del capital por su carácter profundamente patriarcal y colonial lleva al feminismo autónomo a abordar la crítica del despojo territorial, de bienes comunes y de la naturaleza como parte del ataque al cuerpo social colectivo, donde las mujeres aparecen como las más afectadas. En este sentido, los cuerpos humanos, y en particular los cuerpos femeninos y/o feminizados, se convierten en el objeto necesario de la conquista, sumisión, destrucción o transformación forzada. Los cuerpos violentados, reducidos y condenados a la explotación reflejan de manera simbólica la misma suerte de los territorios colonizados: trazados y renombrados, cortados con alambres de la propiedad privada y de las fronteras, explotados y finalmente destruidos. La asociación de la mujer con la naturaleza, el territorio y la Madre Tierra propia del ecofeminismo permea también al feminismo autónomo, que se alía con las luchas de las mujeres indígenas, campesinas y de sectores populares, denunciando el ethos de la conquista como profundamente machista y asentado en la violación como punto fundador de la “civilización y el progreso”, en que las prácticas concretas de ocupación territorial se relacionan con la toma de los cuerpos en posesión. 

Collage  Cuerpos territorios y antiespecismo
Yvy ha’e kuña – en guaraní paraguayo: Tierra es mujer.

En América Latina este proceso no se ha realizado plenamente, al quedar espacios no totalmente penetrados por las lógicas modernas de propiedad individual, parcelación y monetarización, donde las mujeres indígenas y de sectores populares se vuelven defensoras más decididas de los territorios y los modos de vida comunitarios. Sus cuerpos se convierten simbólicamente en el territorio mismo, puesto que, igual que éste, son dadoras y sustentadoras de la vida y, al mismo tiempo, objetos de conquista y colonización por parte del mundo “desarrollado”: “Los territorios indígenas son resignificados como femeninos, los cuerpos de las mujeres indígenas son resignificados como territorio. En esta última ronda de desposesión de tierras indígenas, los cuerpos femeninos una vez más son representados como abiertos, vulnerables, disponibles, desechables y como símbolo de honor” (Belausteguigoitia y Saldaña-Portillo, 2015: 34).

En la misma línea se ubica la tendencia antiespecista presente en los feminismos autónomos, sobre todo en el anarcofeminismo (véase, por ejemplo, el grupo de rap anarcofeminista y antiespecista Ani-Malas de Morelos, México). El antiespecismo feminista es mucho más que un estilo de vida o una dieta vegana, aunque éstos constituyan una parte importante de la sociabilidad alternativa creada y difundida por las colectivas; se refiere a la denuncia y acción contra el androcentrismo y el dominio humano sobre otras especies, exacerbado a niveles criminales en el sistema capitalista. Pone a debate la ética de nuestra coexistencia con les demás animales como parte de la naturaleza sin jerarquías, sin dueños y sin dominadores. Además de practicar la solidaridad y el cuidado de todas las especies, independientemente de su sexo, el enfoque feminista del antiespecismo resalta la analogía entre la dominación y la explotación de las hembras no humanas y las humanas. Radicalizando la analogía mujer-naturaleza, promueve de esta manera la solidaridad interespecies, donde la lucha por la emancipación de las mujeres no puede concebirse por separado de la emancipación de otras hembras no humanas, cuyos cuerpos sufren la explotación capitalista. De ahí, cuestiona y actúa contra la esclavitud de las hembras humanas y las hembras no humanas obligadas a la reproducción, reducidas a objetos de consumo, violentadas en su dignidad, desprovistas de libertad y reducidas a carne. No escapa de su atención que la crueldad del sistema de producción y acumulación capitalista frente a las otras especies, tanto las hembras como los machos, se traslada a nuestra propia especie, donde la deshumanización y la “animalización” de les otres significa su máxima degradación y hasta su aniquilación física. De ahí, frente a la separación del ser humano del mundo animal y su ascenso a la categoría de dios, amo del universo, promovido por la modernidad hegemónica, el antiespecismo en su enfoque feminista invita a reforzar nuestros vínculos debilitados con las otras hembras con las que nos unen tanto fisiologías como, sobre todo, nuestras pulsiones de libertad y dignidad.

Reflexiones finales

Los feminismos y en especial el feminismo autónomo han puesto sobre la mesa la discusión sobre la autonomía de las mujeres en relación con el territorio que habitan, pero también en relación con sus cuerpos. Como vimos, este debate se inicia con la crítica que se hace desde la lucha de las mujeres al capitalismo, que en términos exactos denuncia el despojo, el saqueo de recursos naturales y las enormes desigualdades económicas que genera para sus habitantes, evidenciando su cara más brutal contra ellas mismas. Porque son ellas quienes ven cómo la depredación de sus territorios, la productividad y la acumulación capitalista también depredan y usurpan sus cuerpos en todas las dimensiones. 

Por mucho tiempo e incansablemente el feminismo autónomo ha expresado que no se debe separar esa violencia económica extractivista de los fundamentos patriarcales y coloniales que posibilitan un desarrollo integral de la explotación de los cuerpos. Porque en efecto, la sexualización de los cuerpos según género y raza ha permitido someter y controlar a las “no personas” por medio de una estructura social que impone principios morales desde instituciones como el Estado y la Iglesia. De ahí que el movimiento feminista autónomo ha apostado por posicionarse de forma crítica frente a las instituciones productoras de dichas estructuras morales, incitando y promoviendo en las mujeres la autonomía personal y colectiva entendida como la emancipación constante de las imposiciones patriarcales, incluido el autosometimiento, y fomentando su capacidad de elegir y de tomar decisiones que consideren pertinentes para sí mismas, desde y por sus cuerpos. En este sentido, los feminismos autónomos son una apuesta por la libertad en todas sus dimensiones, libertad que se aprende y se pone en práctica aquí y ahora, tanto en las calles como en sus propias vidas.

De esta manera, en este proceso colectivo de provocación y de transgresión expresado en el arte callejero, se hace visible cómo la búsqueda de la autodeterminación vincula la lucha por la autonomía personal y el espacio colectivo de acción política. Porque todos esos cuerpos que se reúnen desde la exclusión y la violencia sufrida generan mecanismos y herramientas que permiten disputar la autonomía individual desde lo que se podría llamar “cuerpo colectivo”. Es decir, personas que siempre han vivido desde la otredad, deciden reunirse para desplegar sus recursos, energía y creatividad estético-política para poner su cuerpo en la calle. Así politizar el cuerpo, como hemos visto, es darle importancia política como fuente de placer, de vida, de sororidad, es politizar su resistencia ante las violencias y su derecho a la autonomía, es hacernos cuerpo individual y colectivo capaz de disputar los sentidos y mandatos sociales y, finalmente, convertir el mismo cuerpo en el lienzo del mensaje feminista.  

La estética del feminismo autónomo que presentamos en esta pequeña muestra encuentra en las calles y los muros un valor político incalculable en tanto son transitadas y observadas diariamente por personas “de a pie”, quienes son interpeladas con el objetivo de poder problematizar diferentes dimensiones de su vida. A nuestro parecer, esa apuesta política del feminismo autónomo que no necesita más que una lata de pintura, un papel impreso o pintado, engrudo, creatividad y compañía, busca construir desde abajo y en horizontal, a pulso y en colectivo, un proyecto del presente-futuro de emancipación personal y colectiva que encuentra en la simplicidad la radicalidad política que el contexto actual necesita. 

De esta manera, con el presente ensayo intentamos mostrar, como parte de nuestra apuesta metodológica, que la teoría, que tanto presumimos crear en la academia, en realidad se encuentra en las calles. De hecho, coincidimos con la recomendación de María Galindo cuando, preguntada por una biografía básica del feminismo, exclama: “Te propongo que leas la vida, la realidad, el barrio, los ojos de las mujeres, sus bocas, sus ropas, sus uñas. Te propongo que leas los objetos que conforman la arquitectura de nuestra vida cotidiana, la bolsa del mercado, su olor y su desgaste, la cafetera, la cocina, el piso de la entrada. Te propongo que te leas a ti misma en profundidad”; y nos manda a leer la calle con “sus colores, olores, orines y mugres, sus muros, aceras” y el cuerpo de nuestras madres, “sus estrías, sus arrugas, sus achaques, sus vergüenzas, sus inhibiciones...” (Galindo, 2021: 43-44). Así, cada grafiti, cada consigna, cada acción artístico-política es creada y al mismo tiempo creadora, una disparadora contagiosa de sentidos que entran en diálogo directo con nuestras propias vivencias y nos interpelan políticamente. Hacer la teoría desde la calle, lo que procuramos en este texto, es desacralizar el quehacer académico y reconocer que la separación entre les creadores y les receptores, les que saben y les que aprenden, les que interpretan y les que son interpretados, además de obsoleta, es absolutamente falsa.

Bibliografía


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